¿Quién no se acuerda de cuando éramos
pequeños? ¿De cuándo todo era un juego?
Cuando un chico y una chica podían jugar
juntos y ser amigos, no había preocupaciones por novios y cosas por el estilo.
Cuando lo importante era vivir la vida, y lo máximo era tener el jueguete de
moda y los mejores cromos.
Cuando éramos “guays” por ser nosotros
mismos, por tener 100 amigos, por ser el que marcó el gol de aquel partido.
En aquel entonces era más fácil tener amigos,
al sentarnos a la mesa de un bar con nuestros “papás” corríamos hacia el grupo
de niños más cercanos y poniendo las manos a la espalda, balanceándonos sobre
nuestros pies decíamos:
-¿A qué jugáis?
Seguida, tras el nombre del juego en cuestión, de un:
-¿Puedo jugar?
Quizás sea verdad eso de que el tiempo pasa y
el mar borra nuestras huellas al andar, quizás la sal de otros momentos oculten
la felicidad de una época, quizás unos recuerdos sustituyan a otros. Pero, no
por ello, debemos olvidar como éramos.
Pues tal vez fuese falta de miras, pero estoy
segura de una cosa, ¿quien no ha deseado que la valentía de cuando éramos
niños, que teníamos para hacer mil acrobacias, volviese a nosotros cuando lo
necesitamos?
Por ello, escribo esta entrada, tal vez para
no desanimarme o dar un pequeño paso adelante. Pero de lo que estoy segura es
que una infancia por amarga que fuese no debería olvidarse.
Por ello, sabiendo que el juego es la vida, sólo
os digo una cosa;